martes, 15 de noviembre de 2016

ZAQUEO TAMBIÉN SOY YO

(Lc 19,1-10)

El año pasado, creo que después de reyes, aproximadamente el siete u ocho, planté doces azucenas. Llevaban ya tiempo los bulbos en casa y pensé, sé poco de jardinería, que podían estar secos. Decidí plantarlos y ver qué ocurría. Pasaban los meses y no pasaba nada. Llegué a pensar que realmente estaban secos. Pero hace poco, brotó una. Casualmente la primera que planté, y meses más tarde ha brotado otra, creo que la que hace el número siete. Y no han nacido más. No sé qué ocurrirá.

Y digo esto porque la siembra tiene su tiempo y necesita de paciencia, pero también de cuidados y, sobre todo, de agua. Hay que regar la tierra y esperar. Lo mismo ocurre con el Señor. Jesús, nuestro Señor, viene a buscar a quienes estén perdidos A aflorar y reconocer el seguimiento de muchos, oculto a la sombra del respeto humano o de la capa de la vergüenza, o, simplemente no saber cómo enfrentarse a la vida de fe. El Señor lleva la iniciativa, sorprende y te invita a abajarte del árbol de la suficiencia o de la indiferencia.

Sí, posiblemente para eso puede pasar tiempo. La conversión no es un huevo que se echa a freír. Puede que a veces suceda de un momento a otro, pero, por regla general, exige tiempo, como el ejemplo de mis propias azucenas. Pero, sin darnos cuenta explota y aparece la Luz. Una Luz que exige, como hemos visto días atrás, paciencia, perseverancia y constancia. Es necesario estar al quite, al cuidado, subido al árbol como Zaqueo, porque el Espíritu sopla donde quiere y cuando quiere.

Quizás tú y yo necesitamos también subirnos a nuestro árbol para ver mejor al Señor. Para observarlo y mirarlo. Porque el Señor merece todo esfuerzo por costoso que sea. Pues su Mirada cautiva, sorprende y llena de gozo y de paz. Dejémonos mirar por el Señor y escuchemos su invitación. Abrámosle las puertas de nuestro corazón y comamos con Él. No tengamos miedo, seguro que como Zaqueo dejaremos muchas cosas en el camino que nos impedían caminar.

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