(Lc 5,17-26) |
Todo movimiento indica fe. Quizás no sea la suficiente, pero es siempre fe. Al menos esperanza de que tu ideal sea realizado, y que con ese sentimiento de esperanza tu camino se sostiene por y en la fe. Supongo que aquellos hombres, a súplicas del paralítico, le acercaron a Jesús con la intención de que lo curara. Y eso deja de manifiesto que albergaban la esperanza de que el enfermo fuese curado. No cabe duda que debajo de ese movimiento e intenciones hay fe.
Sin embargo, los allí presentes dudan al escuchar que Jesús prioriza el perdón de los pecados, verdadera salud, anteponiéndola a la corporal, en este caso la parálisis. Rechazan ese poder de perdonar porque sólo se lo atribuyen a Dios, y sugieren que Jesús está blasfemando a proclamar que perdona los pecados. De esta manera y en estas circunstancias, Jesús les dice: « ¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te quedan perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dijo al paralítico- ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’».
Y al instante, levantándose delante de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, glorificando a Dios. El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Y llenos de temor, decían: «Hoy hemos visto cosas increíbles. Pero ocurre que las cosas se olvidan y esas palpables pruebas del poder del Señor no fueron suficientes para que muchos abrieran sus corazones y se convirtieran. Al contrario, siguieron cerrados a la Palabra del Señor y preparaban la forma de condenarle.
No nos basta con la salud corporal, pues sabemos que ésta es caduca y de nada nos vale. No es completa. Por eso, Jesús, nos desvía a que nos demos cuenta de nuestros pecados. Limpiar nuestra alma de nuestro egoísmo, soberbia y vanidades es curarnos para la eternidad. Jesús, el Señor, ha venido para eso, no sólo para darnos la salud corporal, sino también la salud espiritual. Y esa es eterna.
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