(Mt 5,43-48) |
Sabemos que la meta - la perfección - no es alcanzable, pero el camino que se nos propone la tiene fijada como prioridad y meta a alcanzar. Y, por supuesto, sabemos que no es alcanzable desde nuestra propia humanidad pecadora y limitada. Somos pecadores y nuestros pecados nos limitan y nos experimentan imperfectos. Sin embargo, impulsados por el Espíritu Santo, la proeza se hace posible y alcanzable.
Sabemos, y necio sería el ignorarlo, que el camino está lleno de dificultades insalvables para nuestra humanidad imperfecta y pecadora. La perfección es una meta inalcanzable, pero, también sabemos, que es la propuesta que el Señor nos propone. Y, el Señor, no nos puede proponer nada que nos sea imposible, pues de ser así no sería del todo bueno.
Si Dios nos lo propone es porque también nos ha dado lo que necesitamos para alcanzarlo. Y, además, no nos deja solos. Nos acompaña en todo momento y nos auxilia y dirige. Hemos sido dotados de la capacidad para elegir, y también, de la voluntad para reforzar y fortalecer esa capacidad de elección. Por tanto, robustecidos en el Espíritu Santo podemos superar todas esas dificultades que nos salen en el camino.
El amor exige perdonar, porque los incumplimientos están dentro de nosotros. Es el amor misericordioso el que nos edifica y nos construye. Y nos hace fuertes para superar las dificultades y sobre ponernos a ellas. Y claro, el mérito no se esconde en hacerlo con los amigos, sino en vivirlo y testimoniarlo con los enemigos. El amor está en su máxima ebullición cuando es capaz de superar las dificultades frente a los enemigos. Es en esos momentos cuando todo se ilumina y las dificultades, que nos separan, tienden a unirse.
Experimentamos, entonces, que el amor se hace presente y actúa como un bálsamo de paciencia y paz, que derrumba todas aquellas barreras que tienden a separarnos, a dividirnos y a enfrentarnos, fortaleciendo la unidad y fraternidad. Y es que el amor todo lo puede.
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