lunes, 1 de junio de 2020

UNA IGLESIA QUE SE HACE MADRE EN MARÍA

María, Madre de la Iglesia - ACI Prensa
Jn 19,25-27
Cuando oímos la palabra madre nos viene a la imaginación el concepto de mujer. Porque, madre es una palabra femenina y porque una madre representa esas características femeninas de ternura, de compasión, de cuidados delicados y de fecundidad. No hay nada como una madre, solemos decir en muchos momentos de nuestra vida, sobre todo cuando son momentos delicados.

Y María es nuestra Madre. Una Madre especial porque nos ha sido dada por el Hijo, nuestro Señor Jesús, que, en los últimos momentos de su vida, a punto de morir en la cruz, nos la ofrece a través de Juan, el apóstol que estaba con ella al pie de la cruz, como Madre de todos los hombres. Y, a partir de ahí, María desempeña el papel de Madre. Madre de aquel grupo de discípulos de su Hijo que permanecen desorientados, extraviados y confundidos. No entienden nada y permanecen en la escondido y desanimados.

En esos momentos cruciales, María realiza un gran papel manteniéndolo unidos y esperanzados en la promesa de Jesús. Ella sostiene la unidad de la Iglesia en aquel grupo de discípulos muertos de miedo y sin ideas ni ánimo para confesar y proclamar la Buena Noticia del Mensaje de Salvación de Jesús. Desde esa perspectiva podemos entender y comprender la importancia y el valor de la obra realizada por el Espíritu Santo en Pentecostés.

Y el papel de María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, que, amparada y unida bajo su manto y su presencia como Madre, nos sostiene y nos cuida como Madre de todos los hombres. Ella fue y sigue siendo esa Madre que todos necesitamos para y  en esos momentos de confusión, de extravío y pérdida donde el cobijo de una Madre es vital.

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