Imaginar que la vida eterna en el cielo tiene algún paralelismo con la que vivimos aquí en la tierra es de ignorancia y demuestra que nuestra imaginación no puede abarcar ni imaginar - valga la redundancia - lo que sucederá en la otra vida. La vida que Dios Padre nos tiene preparada. Porque, Él, Creador de todo lo visible e invisible no ha creado al hombre y la mujer, semejantes a Él, para luego abandonarlo a la muerte.
Es de sentido común y muy razonable que, Dios Padre nos ha creado para que vivamos la Vida Eternamente junto a Él y en plenitud de gozo y felicidad. Por tanto, Dios es un Dios de vivos y no de muertos. Quiere para nosotros la Vida Eterna, pero nos ha dejado libres para que lo decidamos por nuestra cuenta. Y, para eso, ha enviado a su Hijo, nuestro Señor Jesús, para anunciarnos esa Buena Noticia de Salvación.
Por tanto, dependerá de nosotros que le escuchemos y le sigamos haciendo esa Voluntad que el Padre nos manda a anunciar por y con su Hijo. Él nos da testimonio con su Vida y sus Obras para que le creamos y hagamos la Voluntad del Padre. Sin embargo, muchos se empeñan en discutirle sus enseñanzas y pensar con sus razonamientos limitados y envueltos en tinieblas. Los saduceos negaban la resurrección y ponen un ejemplo - el de la mujer con siete maridos - planteando con quien vivirá en la otra vida.
¿Acaso somos tan necios que pensamos que la otra vida es como esta? ¿Cómo podemos pensar así? ¿No nos damos cuenta de nuestras limitaciones y de que no podemos comprender lo que nuestro Padre Dios piensa y nos prepara? ¿No hemos visto y experimentado todo lo que ha hecho con sus obras en los demás? La respuesta de Jesús queda muy clara en el Evangelio: (Lc 20, 27-40) «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son...
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