De eso se trata, de adentrarnos en la profundidad y
trascendencia de nuestra vida y de no quedarnos en la mediocridad del vivir de
cada día, en la superficialidad de lo cómodo, lo fácil y de lo que nos interesa
– egoísmo – quedando sometido a la satisfacción del interés personal.
Se trata de abrirnos a la fe con coherencia como respuesta
al seguimiento de la Vida y Estilo de Jesús. Una fe vivida desde la humildad y
la responsabilidad de abordar esa Barca de la Iglesia y, en ella, dejarnos
utilizar por el Espíritu Santo y, guiados por su acción, ponernos al servicio
de la Iglesia. Un servicio que se concreta en y para los necesitados y pobres.
Nunca perdamos la confianza en el Señor. En Él nuestra pesca
siempre – aunque no la veamos – será abundante y buena. Posiblemente, nosotros
no sepamos hacerlo bien, pero siempre que nuestro corazón camine bien
intencionado, el resultado será buenos frutos por obra y Gracia del Espíritu
Santo. Porque, desde la hora de nuestro bautizo, Él, el Espíritu Santo, nos ha
abordado e, instalado en nuestro corazón, nos auxilia, nos protege y nos
fortalece para que nuestras redes queden llenas de peces. En su Nombre seremos
pescadores de hombres. Hombres abiertos a la Palabra de Dios.
—Creo que el problema de nuestro desánimo estriba en la
desconfianza y en el poner nuestra interés al del Espíritu Santo —dijo Manuel.
—No somos consciente —agregó Pedro— de la presencia en
nosotros del Espíritu Santo. Y, en consecuencia, lanzamos nuestra redes por
nuestra cuenta.
—Sí, creo que tienes razón, Pedro. Vamos por nuestra cuenta
y el resultado se ve claramente.
—Todo es cuestión de fe y de ponernos en sus Manos —añadió
Pedro.
Y esa es la cuestión, dejarnos auxiliar y dirigir por el Espíritu Santo. Lo hemos recibido en el instante de nuestro bautizo y en Él nuestro camino tendrá sentido y dará frutos. Y no será fácil, ¡desde luego!, pero será según la Voluntad de Dios y eso nos fortalecerá y nos dará ese gozo y paz que el mundo nunca nos podrá dar. Precisamente, porque en Él no está.
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