Mt 13,44-52 |
Supongo que todos buscamos un tesoro que nos haga vivir felices, porque, todos buscamos la felicidad. Pero, para muchos el tesoro varía según sus deseos de felicidad y según su inmediatez de conseguirla. Muchos, y mirémonos si estamos nosotros entre ellos, se sienten felices con abundancia de dinero, con poder y con la satisfacción de satisfacer todos sus placeres y apetencias. Para ellos, su felicidad no tiene que pasar ninguna prueba ni cruz, sino satisfacerla, incluso a costa del esfuerzo y sufrimiento de otros.
Otros aspiran a mandar, pero, no solo mandar en un lugar o puesto concreto, sino a mandar sobre los otros hasta someterlos y esclavizarlos a su antojo. Depositan sus aspiraciones en ese objetivo y ese es su tesoro. Pero, hay otros que su tesoro lo ponen en la indiferencia y centran su vida en vivir para sí. Eso sí, aprovechan todo lo que pueden sacar de los demás sin ningún miramiento pensando solo en sí mismo.
Sin embargo, quiero llamar la atención a que esos tesoros son tesoros, valga la redundancia, caducos y que se terminan en un tiempo limitado y todo queda en nada. Y, al mismo tiempo, la vida depositada en ellos se consume y termina perdida en la iniquidad y la desesperación. Por eso, ¿cómo llamar tesoro a esas cosas caducas y limitadas? Porque, un tesoro es algo tan valioso que llena totalmente la vida y la hace plena. Pero, ¿existe ese tesoro? Y si existe, ¿dónde está?
El evangelio de hoy nos describe y nos enseña donde realmente está el verdadero y único Tesoro y nos invita a dejar todo lo demás para quedarnos solo con Él. Porque, cuando te encuentras con el verdadero Reino de Dios, todo lo demás se empequeñece y aminora su valor, pues nada se puede comparar a encontrarse con Jesús, que encarna, es y anuncia el Reino de Dios. Y nos habla de un Padre - Abbá- que nos espera, nos abre los brazos para recibirnos en un Reino pleno de felicidad y eternidad.
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