¿Quién ha puesto esa chispa de eternidad dentro de
nosotros? ¿Es esa el alma de la que tanto hemos oído hablar? Aquí aparece
Jesús, ese hombre impresionante, diferente, que habla con autoridad y
coherencia, y que haces milagros y obras extraordinarias. Y, el mundo, los
hombres de este mundo llamado a la caducidad, no le escuchan ni le hacen caso.
Es más, les molesta su presencia y deciden eliminarlo. El Evangelio de este
domingo nos narra y cuenta la Pasión de Jesús. Señor de la Vida y de la muerte.
Porque, esa es la novedad, Jesús vence a la muerte y Resucita.
Y eso es lo que nos importa y lo que se esconde detrás de todos estos días en los que celebramos eso, la Pasión, muerte y Resurrección del Señor. Nuestro Señor Jesús. Indudablemente, la vida sigue, y sigue porque Jesús nos lo ha dicho y demostrado. Ha Resucitado después de haber sido crucificado y muerto en la cruz. Después de ser sepultado y permanecer hasta tres días sepultado. ¿Cómo es posible que nadie lo haya visto sino sus amigos? ¿Por qué no se les ha aparecido a los que no le creían? ¿Piensas que, de haberlo hecho, le hubiesen creído? Seguro que no. Además, no tendría sentido hacerlo, porque, ¿para qué entonces la fe? ¿Para qué tantas pruebas, libertad de elegir si después se aparece y desvela todo? ¿Se podría ser libre para optar por un camino u otro? La parábola del rico epulón – Lc 16, 19-31 – lo aclara muy bien.
Luego, esta semana santa siempre será diferente, porque, lo verdaderamente importante es encontrar o reencontrar el verdadero camino. ¿Para qué estoy aquí? Y, ¿a dónde me dirijo, y para y por qué? Y, sobre todo, lo más importante, ¿en quién me apoyo y a quién busco para que mi vida sea Vida Eterna en plenitud? Pue bien, llegamos a la conclusión: Jesús, el Hijo de Dios, ha Resucitado. Él, por tanto, será quien nos pueda enseñar y, por su Amor Misericordioso, resucitar y hacernos eternos.
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