Lc 6,6-11 |
Quizás
sin darnos cuenta nos endiosamos en y con la ley. Damos prioridad a la ley
priorizando nuestros intereses y conveniencia. Escogemos y cumplimos de ella lo
que está a nuestro favor según nuestros intereses y, aquello que no nos
favorece, tratamos de esconderlo demagógicamente y darle el sentido que nos
conviene. Sin embargo, a los demás lo sometemos a la ley, a ese ley que nos
favorece y sostiene nuestra posición y estado.
Un
ejemplo lo descubrimos en la ley del sábado. Jesús la denunció y, por ello, fue
señalado como enemigo y persona non grata. No estaban de acuerdo con lo que
Jesús defendía porque eso les fastidiaba su poder y estatus. Querían ser ellos
los jefes, los que mandan y los que imponían las cargas a los demás cuidándose
ellos de no cargarlas sobre ellos. Y quienes molestaran – en este caso Jesús –
se le quitaba del medio. Y así lo pensaban y así lo hicieron.
—¿Y
no crees, Pedro, que hoy está sucediendo lo mismo? —puntualizó Manuel.
—Sí,
de acuerdo. Y no solo ahora sino siempre. Los que tienen poder para legislar
hacen las leyes pensando en su propio beneficio.
—Y
tratan de cargar sobre los otros, pero cuando se trata de ellos procuran
suavizarlas o pasarlas por debajo de la mesa —añadió Manuel.
—Si,
pasa lo de siempre y quitan del medio a quienes estorban.
Esa es la historia, la verdad contra la mentira. Una mentira que prevalece incluso por encima de la verdad. Y quienes defienden la verdad, tal es el caso de Jesús, nuestro Señor, que no solo se trata de la verdad, sino de la Verdad Absoluta, porque es el Hijo de Dios, molestan y, como sucedió con nuestro Señor, lo condenan a muerte. Un muerte voluntariamente aceptada para remisión de todos nuestros pecados. Unámonos a ese sacrificio, con y por Jesús, aceptando nuestra propia cruz.
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