Mc 2,1-12 |
Hay muchas formas de parálisis que afectan a nuestra vida paralizándola, valga la redundancia. Sin embargo, quizás no sean las más peligrosas las propiamente físicas. Hay otras - parálisis - más peligrosas que nos impiden abrir los ojos, desatar nuestro corazón y dejar entrar en nosotros el amor. Estamos peligrosamente esclavizados y tenemos nuestra libertad cautiva, hasta el punto de impedirnos seguir a Jesús.
Esas son otras parálisis más peligrosas y dañinas. Tal es el miedo, la soberbia, la ira, la venganza, vicios y apetencias, nuestras debilidades, nuestros pensamientos, proyectos e incredulidades. Aquellos escribas que se encontraban entre el gentío, cuando le llevan el paralitico a Jesús, pensaron, al oír decir a Jesús: «Hijo, tus pecados te son perdonados».
Inmediatamente, dijeron para sus adentros: « ¿Por qué éste habla así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?». Tienen la idea de un Dios víctima, ofendido y, por tanto, el único que puede y tiene motivo para perdonar, pues recibe ofensas en cada hermano ofendido. Ignoran la Bondad y la Misericordia de Dios que, precisamente, Jesús viene a anunciar. Cierran su corazón a aquella hermosa parábola - Lc 18, 9-14 - del publicano y el fariseo ¡Es tiempo de salvación, porque ha llegado el Reino de Dios! ¡Esta ya entre todos nosotros, un Reino de Amor, de Justicia y de Paz!
Por lo tanto, la cuestión, que nunca la entenderemos, es que nuestro Dios es un Dios de Amor y de Misericordia. Un Dios que nos busca, se iguala a nosotros - menos en el pecado - y con nosotros camina y nos enseña el Camino, la Verdad y la Vida. Es un Dios que se abaja, se humilla y, despojándose de su condición Divina, se hace hombre para, cerca de ti, sanar, liberar esas parálisis que te inmovilizan y que no te dejan abrir los ojos ni despertar tu corazón. ¡Ánimo, abre los ojos, toma tu camilla - tu pasado - y, levantándote empieza a caminar!
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