Si
nuestros padres, pecadores, saben darnos cosas buenas, y son sus deseos, el dárnosla,
cuanto más nuestro Padre del Cielo que es Infinitamente Bueno y sabe bien lo
que realmente nos conviene y debemos tener. Todos sus regalos van dirigidos a
enseñarnos el camino recto y verdadero para estar al final, tal y como decíamos
en el Evangelio del lunes, a la derecha de nuestro Padre Dios. Porque, todo lo
que tenemos y somos son regalos gratuitos del Señor. Sí, hacemos cosas malas,
pero, debido a nuestra libertad y suficiencia, rechazando lo que el Espíritu Santo
– recibido en nuestro bautismo – nos sugiere y señala, y prefiriendo lo que a
nosotros nos apetece. Por eso, la gran importancia de ponernos en manos del
Espíritu Santo y, aunque no le entendamos muchas veces, dejarnos guiar por sus
soplos y alientos.
Ahora,
¿persistimos nosotros con fe y confiados en la escucha atenta, bondadosa y
misericordiosa de nuestro Padre Dios? Porque, aunque nos parezca y lo aparentemos,
puede ocurrir que ni insistimos ni pedimos con fe. Puede suceder que, más que
insistir exijamos, y hasta amenazamos si no recibimos lo pedido. Amenazamos con
abandonar pensando que con eso fastidiamos o perjudicamos a nuestro Padre Dios.
¿Acaso no nos damos cuenta qué somos nosotros los perjudicados? Posiblemente,
al Señor no le agrade nuestra forma de actuar, pues somos sus hijos y a ningún padre
le gusta que sus hijos le desobedezcan, pero nada podemos hacer para molestar o
perjudicar a nuestro Padre Dios. Nuestro Padre nos ama, no porque nos necesite,
sino porque Él así lo ha querido y, voluntariamente, lo ha dispuesto. Su Amor
es un compromiso y, a pesar de nuestros berrinches y pecados, nuestro Padre nos
esperará hasta el final de nuestra libertad. Ejemplo, parábola del hijo
pródigo.
Todo nos lo ha puesto nuestro Padre Dios en nuestras manos. Dependerá de nosotros pedir, buscar y llamar a Quien nos puede dar lo que realmente necesitamos.
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