Esa es la cuestión,
se trata de mirar con una mirada compasiva y misericordiosa. Porque tanto a ti
como a mí me gustaría que me miraran con esa mirada compasiva y misericordiosa.
Y es evidente que mirar a alguien que no nos cae simpático y encima actúa de
una manera mala y perjudica a la sociedad con esa mirada compasiva y
misericordiosa nos cuesta mucho. Tanto que no podemos hacerlo sin la asistencia
y fortaleza del Espíritu Santo.
Jesús nos lo
enseña a cada instante de su Vida. Su manera de actuar y mirar a sus propios
enemigos, que tratan de apartarlo de su misión e incluso piensan en quitarlo
del medio, está llena de mansedumbre, compasión y misericordia.
Nuestra manera de
pensar es totalmente diferente a la de Jesús. Nosotros vemos a enemigos,
personas diferentes, pecadores…etc. Y buscamos la manera de apartarlos o quitarlos
también del medio. Sin embargo, Jesús los trata como enfermos, los sana, los
incluye – no excluye ni margina como nosotros – y los llama a la conversión.
Concretamente, hoy,
he visto a una persona mayor, ya con dificultad de caminar, y le ofrecí - él antes
iba a la Eucaristía y comulgaba - el servicio de la parroquia para que fueran a
su casa a llevarle la santa comunión. Mi sorpresa fue que su respuesta fue que
no. Le dejé la puerta abierta para que cuando quisiera me avisará. Y mientras
me marchaba experimentaba el gozo del intento de acercar a Jesús a esa persona.
Y pensaba que lo mismo le ocurrió a Mateo, aquel publicano que llamó Jesús. En
este caso Mateo, aun siendo publicano, respondió a Jesús afirmativamente. Se
levantó y le siguió. Su historia ya la sabemos.
La pregunta que nos debemos hacer, no hoy sino cada día es: ¿Estoy yo respondiendo a la llamada que Jesús me hace cada día? Y si respondo, ¿cómo lo hago? ¿Pongo en juego todos mis talentos y cualidades para vivir y actuar según la Palabra de Dios me va indicando y señalando el camino? Sería bueno reflexionarlo sin miedos ni presiones sabedores de la Infinita Misericordia de Dios y de la asistencia del Espíritu Santo.
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