Precisamente, en
los momentos de debilidad, de tormentas o derrumbamientos es cuando tu fe debe
mostrarse firme, segura, fuertemente apoyada en roca que nada la derribe. Y
son, precisamente, esos instantes los que demostraran y pondrán tu fe en la
prueba de ser verdadera fe o fe apoyada en arena movediza.
Eso significa tener
tu fe construida sobre roca o, al contrario, sobre arena. Se trata de estar
apoyado en el Señor y creer ciegamente en su Infinita Bondad y Misericordia.
Creer en el Señor cuando los indicios y señales parecen invitar a no creer:
cuando la tormenta de tu vida te llena de problemas y de oscuridad tu corazón;
cuando la lógica del corazón humano te invita más a no creer que a creer.
Y eso deja también
al descubierto tu oración y tus actos de piedad. Porque, no valdrán nada si están
apoyados en la incertidumbre, la duda, la apariencia, el temor o la desconfianza.
Es decir, en arena movediza. Por el contrario, tendrán la fortaleza, la paz y
la seguridad de no decaer y resistir todos los embates que te puede dar la vida
si tu fe es firme, confiada y confiada en que el Señor, tu Padre, está contigo;
sabe, conoce, mira tu camino y te levanta e invita a seguir adelante.
Es evidente, tu
vida – casa – seguirá firme, nada la derribará y experimentarás que cada día los
cimientos de tu fe se renuevan, se fortalecen y se mantienen firmes por la
Gracia de Dios. Y hasta más claros, decididos y sólidos. Irás notando que tu fe
aumenta, se consolida, se ilumina y que el Camino, la Verdad y la Vida está
delante de ti, más clarificador, más cerca, más confortable y más difícil de
ser derribado.
Y es que conviene, de vez en cuando y con cierta frecuencia, bajar al sótano de nuestra vida para revisar nuestros cimientos y limpiarlos de toda aquel herrumbre que el mundo, demonio y carne quieren intoxicarlos para que se debiliten y derrumben. Y para eso hay un remedio eficaz y que nunca falla, y que lo puede todo, abrirse y llenarse de Espíritu Santo. ¡Alabado y Glorificado sea Dios?
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