(Mt 5, 38-48) |
No hemos sido creados para la mediocridad, sino para alcanzar la perfección. Ser santos es ser perfectos. Ese es nuestro ideal. Un Ideal con mayúscula. Sin embargo, puede que se nos ocurra alcanzarlo por nosotros mismos y eso sí está fuera de nuestro alcance. Es una locura. Una locura porque nos será imposible.
Sólo injertados en Xto. Jesús podremos alcanzarlo. Somo templos del Espíritu Santo y llamados a santificarnos. Somos templos de dios y, por tanto, ya santos. Una santidad que hemos de vivir y custodiar. Una santidad sostenida en la Misericordia de Dios. Misericordia con los amigos y enemigos. Una santidad que trasciende a todos los que nos caen bien y mal; a los buenos y a los malos. Una misericordia semejante , por su Gracia, a la del Padre, que hace salir el sol para buenos y malos.
Es posible que, en el camino, encontremos muchas dificultades y peligros, pero sepamos que no vamos solos, que la Gracia de Dios nos acompaña y que nuestro ideal no es sólo cosa nuestra, sino que el Señor nos acompaña y nos lleva. Porque es Él, por su amor, quien quiere que todos los hombres se salven. Nuestro corazón, motor de nuestra vida, necesita un seguro de esperanza, la fe, pero, sobre todo, un conductor, el Espíritu Santo, que nos guíe y nos lleve a buen puerto.
La experiencia de saber que responder a un mal con otro mal no hace sino generar más mal, nos abre los ojos para saber que sólo con el bien podemos vencer al mal. Por eso, el amor es el arma poderosa que vence todos los males que el hombre provoca y hace. Y es el signo de la Cruz, donde el Señor entrega su vida por amor para vencer todo el odio y venganza que el mundo esconde en el corazón del hombre.
La Cruz es signo de victoria, porque con su sacrificio da respuesta de amor para la salvación de todos los hombres. Es el testimonio que propone el Señor, devolver bien por mal para vencer el odio, venganza y mal del mundo.
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