Lc 9,11b-17 |
Todo es Gracia, regalo de Dios. Desde la hora de nuestro nacimiento, mejor, de nuestra concepción como persona en el vientre de nuestra madre, todo nos ha sido regalado gratuitamente hasta que, alcanzada la madurez, podíamos valernos por nosotros mismos. Pero, nuestra gratuidad no acaba ahí. Nuestro Padre Dios, viendo la debilidad de nuestra naturaleza herida por el pecado nos ha dejado la Eucaristía – Cuerpo y Sangre de su Hijo Jesucristo – que nos sostiene, nos alimenta y nos fortalece para superar las adversidades del mundo, demonio y carne.
Hoy,
celebramos ese día, y es un gran regocijo darnos cuenta y tomar conciencia, que
Jesús, el Hijo de Dios, que dio su Vida por la nuestra, se ha quedado Vivo, Presente,
Real y Misericordioso, bajo las especies de Pan y Vino para ser nuestro sustento,
alimento y fortaleza espiritual contra todos esos obstáculos que, derivados del
pecado, tratan de manchar nuestra alma, debilitarla y engañarla seduciéndola
con las ofertas de ese mundo, demonio y carne.
Manuel
se levantó y dando un golpe en la mesa dijo:
—¿Cómo
es posible que no nos demos cuenta de que el mundo, demonio y carne, los tres
peores enemigos del alma, nos pueden? Necesitamos, pues, un apoyo superior para
poder resistirlos y vencerlos.
—Una
de las estrategias de estos grandes enemigos es hacernos ver que nuestra
felicidad está en ellos. ¿Recuerdas, Manuel —dijo Pedro— cuando Jesús, el Hijo
de Dios y nuestro Señor, fue tentado en el desierto?
—Claro
—respondió Manuel— con firmeza y seguridad.
—Quiso seducirlo ofreciéndole el mundo y haciéndolo rey y poderoso —siguió Pedro—. Pero, Jesús se resistió. Recuerda que no estaba solo, le asistía el Espíritu Santo.
—Y
nosotros —interrumpió Manuel— también tenemos al Espíritu Santo y la Gracia del
mismo Jesús Resucitado en su Cuerpo y Sangre Eucarística. De ahí la gran
importancia y necesidad de alimentarnos Eucarísticamente con frecuencia y con
confianza. Es el Señor Resucitado que nos da su Gracia para resistirnos a esos
peligro del alma: mundo, demonio y carne.
Se dieron la mano, sus semblantes reflejaban paz, serenidad y confianza. Manuel y Pedro transmitían deseos, confianza y una fe en la Eucaristía que les daba fuerza para navegar por ese entramado mundo lleno de peligros, trampas y seducciones. Se sabían débiles, pero fortalecidos en la Eucaristía y confiados que, con el Espíritu Santo, igual que el Señor, vencerían al mundo, demonio y carne. Complacidos y alegres, emprendieron cada cual su camino.
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